Hablar de la gestión de trabajadores con discapacidad como una casuística especial en el marco de la gestión de personas de una empresa es posiblemente un enfoque algo desfasado, especialmente si tenemos en cuenta que el acceso de muchas personas con diversidad funcional a la empresa ordinaria se hace desde una perspectiva totalmente normalizada (o casi).
El proceso de selección para incorporarlas no difiere (ni debe diferir) prácticamente del proceso para seleccionar cualquier persona: hay que valorar capacidades y competencias.
La adaptación del puesto de trabajo, cuando se requiere, en muchos casos no supone un esfuerzo mayor que ajustes que se hacen de forma rutinaria para otras personas de la plantilla: un pequeño cambio en la hora de entrada o de salida para poder recoger los niños del cole, es equiparable al poder entrar un poco más tarde con el fin de que la persona con movilidad reducida que depende del transporte público pueda coger el autobús adaptado.
El trato también debe, y en efecto suele ser, totalmente normalizado: somos cada vez más conscientes de que la persona es una multitud de características, que interactúan entre sí, a la vez que con el entorno, y que nos hacen únicos. Todos somos únicos y el éxito de la empresa es saber ver y sacar el máximo provecho de “cada unicidad”, en cualquier colaborador de su plantilla, no solamente en el ámbito de sus trabajadores con discapacidad. Y cuando la empresa no llega a ver que todos somos especiales, pues allí estamos las entidades del Tercer Sector, para recordárselo, con prudencia pero con firmeza.
Entonces, ¿Por qué decimos que gestionar personas con discapacidad es saludable para la empresa, si acabamos de decir que no existen grandes diferencias en la gestión misma (o lo deseable es que no deberían existir…)? Claro, la diferencia está, pero no en lo que se hace, sino en lo que se está manejando. No en el “como”, sino en el “qué”.
Las generalizaciones son casi siempre erróneas, así que tomémonos lo siguiente con todos los “pero”, “sin embargo”, “tal vez”, “no siempre”, que queramos. El hecho es que muchas (no todas) personas aprendemos de las dificultades. Conseguir superar adversidades (desde el grado 1 al 10 de una supuesta escala decimal) suele hacernos más resilientes, más tolerantes y más creativos. Todos tenemos nuestras pequeñas y grandes adversidades superadas o pendientes de superar: sin embargo (¡aquí ya tenéis el primero!) estaréis probablemente de acuerdo conmigo en que nacer con una diversidad física, sensorial o psíquica en un mundo estandarizado pone a la prueba la determinación y la fuerza de voluntad de la persona (y de su entorno directo, dicho sea de paso). O que tener una discapacidad sobrevenida puede cambiar tanto la perspectiva y la vida de una persona que el hecho de que pueda volver a encontrar un equilibrio emocional, personal, laboral y familiar es de nota.
Así que, tener la posibilidad de aprender de personas que han luchado y ganado (de las que tienen una discapacidad, pero también de muchas otras más que otras dificultades han superado) es una suerte; contar con su visión para mejorar el estado de salud de nuestra empresa es un lujo; saber verlo y hacerlo visible a toda la plantilla es un reto.
En cualquier caso, es bueno planteárselo como un deporte: la empresa que quiera sacarle el máximo provecho necesita técnica, constancia y sentir agujetas al principio. Si no es así, pocos resultados veremos.
Doriana Bagnoli
Directora Área Inclusión Social y Laboral
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