Una realidad que habitualmente vemos en el trabajo e incluso en la calle es la dependencia al móvil, un comportamiento habitual que implica estar permanentemente conectados, y que incluso lo vemos en momentos puntuales como a la espera de que se ponga en verde un semáforo, en la parada del autobús o el metro, e incluso cuando estamos pagando en una tienda en la que no dejamos de mirar nuestro teléfono hasta que finalmente nos cobran.
La conexión permanente al móvil hace que acabemos sufriendo el tecnoestrés, un fenómeno que puede generar trastornos como la ansiedad, el cansancio, hiperactividad, temor, o la falta de conciliación del sueño.
El tecnoestrés puede afectar a la salud física y ocasionar consecuencias a nivel psicológico. Esta obsesión por la tecnología puede ser de varios tipos: tecnoansiedad (sensación no placentera de tensión y malestar por el uso de la tecnología), tecnofatiga (cansancio y agotamiento mental e incapacidad para estructurar y asimilar la nueva información de Internet) y la tecnoadicción (necesidad incontrolable de usar tecnología en todo momento y lugar).
Junto al tecnoestrés puede que también se incurra en la nomofobia, o lo que es lo mismo en el miedo a quedarse sin móvil, a sentirse perdido por no estar en total conexión con el mundo digital. Y también algunas personas adolecen de fomofobia, que es la sensación de estar perdiéndose algo por no estar mirando el móvil, un hecho sin duda resulta muy frecuente principalmente en el colectivo de los nativos tecnológicos, permanentemente vinculados a los dispositivos.
Pero esto también puede transformarse en absolutamente todo lo contrario, que es el llamado estado de Flow, que significa que estamos tan pendientes de nuestros teléfonos que no nos damos cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor, lo que hace que nos perdamos lo que se desarrolla en nuestro entorno más próximo.
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